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José María Buceta

22/08/2014

¡Prohibido fallar!

¡Prohibido fallar! Un sábado, me detuve en una instalación municipal donde niños de nueve y diez años disputaban un partido de fútbol 7. El exterior de los laterales del campo, sobre la misma línea pues apenas había espacio, estaba plagado de padres que rodeaban a los entrenadores y los jugadores suplentes, quienes al no haber banquillos, también seguían el partido de pie.

En la cancha, los que jugaban se esforzaban con encomiable entrega, alternando aciertos y errores: más estos que aquellos. Lógico. Lo sorprendente habría sido lo contrario. Sucedía lo que cabía esperar con la corta edad y experiencia mínima de los jugadores. ¿Solo por esos dos motivos? Por la tarde, asistí a otro partido de fútbol: esta vez, con equipos de categoría juvenil federada (16-18 años) que iban bien clasificados. Los chavales no cometían tantos errores como los niños de la mañana, pero también fallaban bastantes veces, y eso que eran mayores y llevaban jugando entre siete y diez años. ¿Todavía muy jóvenes? ¿Aún faltos de experiencia? Por la noche, estuve en el estadio Bernabeu viendo al Real Madrid contra otro equipo de primera división. ¡Oh! ¡También fallaban!

Viendo el último partido, recordé a uno de los entrenadores de la mañana. No paraba de gritar para guiar a los niños: ¡corre! ¡pasa! ¡tira!, y a cada error que cometían, respondía con gestos de desesperación y comentarios recriminatorios: “pero hombre, Elías, ¿Cómo puedes hacer eso? ¿Es que no ves que Eduardo está solo?” “Matías, hombre, pégala bien, que ya has fallado cinco pases; parece que vas con los otros”. Conté los pases que erraba uno de los principales jugadores del Madrid, ¡y superaron los de Matías! Curiosamente, según las crónicas del día siguiente, ese mismo jugador fue uno de los más destacados (!!!). Sin embargo, es probable que el pobre Matías se marchara a casa bastante frustrado.

La sensación que suelo tener cuando veo competir a niños de cualquier deporte, es que si fueran capaces de hacer todo lo que se les pide, sin cometer errores, serían avatares de un dios perfecto. En bastantes ocasiones, se les exigen decisiones y acciones que no son realistas para deportistas de tan temprana edad y limitada trayectoria; algunas de ellas, ni siquiera lo son para un deportista experimentado. ¿Jugar sin fallar un pase? ¿Quién lo consigue? Solo el que no tiene el balón, el que no participa, el que se inhibe y se esconde para no cometer errores. ¡Prohibido fallar!

En algunos deportes, el error se penaliza gravemente. Por ejemplo, en la gimnasia artística si el deportista se cae del aparato, lo normal es que el fallo tenga un coste muy alto y determine el desenlace final.  En los cien metros, una mala salida se paga cara. En esquí, no pasar por una puerta supone la descalificación. Sin embargo, en otros deportes existe un cupo de errores que forma parte del juego. El tenista que vence ha cometido errores. En fútbol, baloncesto, balonmano, etc., el equipo que gana ha cometido errores. El jugador que ha metido muchos puntos, es muy probable que haya fallado más tiros que los encestados. Por ejemplo: se considera un buen rendimiento convertir ocho tiros libres de diez lanzados a pesar de haber fallado dos tiros. El error está presente en la dinámica de muchos deportes. Incluso en el mejor día, se cometen errores.

Sea cual sea el coste (más en unos deportes que en otros), los errores ocupan su lugar en el proceso formativo de los deportistas jóvenes, y lo inteligente es aprovecharlos para que los chicos crezcan. A partir del error se puede mejorar si se acepta y se usa constructivamente. Sin embargo, si se utiliza para recriminar a los chicos y estos lo evitan, se malgasta una gran oportunidad.  Entender cómo es el deporte que los muchachos practican y aceptar el cupo de errores que forman parte del mismo, facilita que entrenadores y padres sean más realistas valorando el rendimiento de los jóvenes; y estos su propio rendimiento. En bastantes casos, los mismos chicos son sus principales críticos. Sus errores les impactan mucho: se sienten frustrados, en ocasiones avergonzados, su ansiedad e inseguridad aumentan, y bien se inhiben para no cometer más fallos o, al contrario, intentan arreglarlos con acciones impulsivas que suponen nuevos errores. El miedo al error es uno de los principales enemigos del progreso de los deportistas. Sin embargo, su gestión apropiada, además de ayudar a minimizar los fallos, contribuye a su fortalecimiento mental.

Entre otras cuestiones, es importante distinguir los errores de precisión de los que se producen por falta de esfuerzo. Los segundos deben atajarse cuanto antes, siempre que el esfuerzo exigido sea razonable en función de la edad y las características de los deportistas. Los primeros deben aceptarse. Después, se tendrá que trabajar en los entrenamientos para reducirlos, pero sabiendo que siempre se producirán algunos. Comprenderlo constituye un avance de gran importancia para los chicos, y para lograrlo, la actuación de entrenadores y padres es fundamental. Si al igual que el entrenador de Elías y Matías, penalizan los fallos con gestos y comentarios de desaprobación, por mucho que les digan que no importa fallar, los chavales asumirán que cometer errores es algo terrible. Por desgracia, eso es lo que sucede en bastantes casos. ¿Prohibido fallar?

(Breve estrato del libro que estoy escribiendo para padres y entrenadores de deportistas jóvenes).

José María Buceta, psicólogo deportivo (http://chemabuceta.blogspot.com.es/)

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