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José María Buceta, psicólogo deportivo (http://chemabuceta.blogspot.com.es/)
02/01/2019 Cuento de Navidad
Esta historia sucedió hace siete u ocho años en Holanda, donde a Papá Noel le llaman Santa Claus. Es una historia secreta que me contó su protagonista. Pocos la conocen. Al publicarla, me comprometí a respetar la confidencialidad, y por eso he cambiado los nombres y algún detalle más. Lo demás es todo cierto… o así parece.
Faltaba poco para la Navidad y Willem Van Dijk, director general de una cadena de grandes almacenes, se reunió con sus directivos para organizar los últimos detalles. Como sucedía siempre en estas fechas, la gente abarrotaría las tiendas y las ventas se multiplicarían, pero se necesitaba un esfuerzo extra para que todo funcionara bien y se cumplieran los dos grandes objetivos: Vender mucho y que los clientes estuvieran a gusto, se fueran muy satisfechos y desearan volver a lo largo del año. Comenzó la reunión repasando cosas que para satisfacción de todos estaban resueltas, pero cuando le llegó el turno, el director de recursos humanos activó la alarma: - “Nos falta Santa Claus” - “¿Cómo?”, interrogó Willem, sin querer creérselo. - “Así es”, confirmó el director. “No hemos encontrado a nadie que tenga el perfil adecuado”. - “Pues hay que solucionarlo como sea”, sentenció Van Dijk. “Es muy importante tener a Santa Claus para atender a los niños. Es Navidad, y Santa es el principal protagonista. Si es necesario, ofrece más dinero”. - “Ya lo hemos hecho, pero no es cuestión de dinero. Los que se ofrecen no quieren trabajar tantas horas, o carecen del carisma y la empatía que exige un buen Santa Claus”. - “¿Entonces?” - “No sabemos qué hacer”, contestó el director de recursos humanos encogiéndose de hombros. “Tampoco podemos poner a nuestros propios empleados; los necesitamos en sus departamentos; y, además, los chicos podrían reconocerlos”. Alguien sugirió poner un anuncio, pero la idea era descabellada, ya que los niños podrían leerlo y se les caería el mundo encima. Otras ideas también fracasaron, y la reunión terminó sin una solución. Willem Van Dijk estaba muy preocupado. El problema era grave y había que solucionarlo pronto. Esa noche, ya en la cama, le dio vueltas y más vueltas sin que se le ocurriera nada, y tardó mucho en quedarse dormido. Algo debió suceder entonces, porque pasadas unas pocas horas, todavía de noche, despertó de repente con una idea que le pareció brillante: ¡contratar al verdadero Santa Claus! “¿Quién mejor que él para hacer esa función?”, razonó. “¿Por qué buscar a un sustituto, pudiendo tener al Santa Claus auténtico?”. Atrapado en su euforia, se convenció de que ese sería un auténtico bombazo, una jugada perfecta, algo verdaderamente innovador que nunca había hecho nadie. Existía un problema, claro: ¿Cómo localizarlo? Recordó que Santa Claus vive en el Polo Norte, y enseguida llamó a un antiguo socio que vivía en Finlandia para pedirle ayuda. Este, sin salir de su asombro, porque además eran las cuatro de la madrugada, le dijo que haría unas gestiones, pero en realidad pensó que Willem le tomaba el pelo o, como insistió tanto, que estaba borracho o se había vuelto loco. Pasadas unas horas, como Willem no hacía más que llamarle para preguntarle como iban las gestiones, decidió decirle que ninguno de sus contactos en el Polo Norte sabía cómo encontrar a Papá Noel, y así se lo quitó de encima. Como podéis imaginar, Willem no se dio por vencido. Cuando tenía una idea que le convencía, la perseguía hasta hacerla realidad, y ese era el caso. Visualizaba al verdadero Santa Claus sentado a la puerta de su tienda principal, y no pararía hasta lograrlo; o al menos, hasta haberlo dado todo intentándolo. Llegó muy pronto a la oficina y, sin perder un minuto, encargó a todos sus directivos que lo dejaran todo y buscaran por donde fuera la dirección del verdadero Santa Claus. - “¿Cómo…?” - “Sí, sí; lo que habéis oído; la dirección de Santa, del verdadero. Me da igual que sea una dirección postal o el email; mejor el email, sí; o el número de teléfono…”. Como el amigo de Finlandia, los directivos estaban perplejos. Sabían de las ocurrencias extravagantes que de vez en cuando tenía Willem, pero esta locura sobrepasaba los límites habituales. Ahora bien, si el jefe insistía, se hacía, o se aparentaba hacer, lo que hiciera falta para tenerlo contento y no caer en desgracia. Buscaron durante todo el día, pero nadie encontró nada, y algunos pensaron que había una cámara oculta y se trataba de un juego de algún gurú del coaching para probar su lealtad y potenciar la tolerancia a la frustración y la perseverancia. Sobre las seis de la tarde, Willem abandonó su despacho muy desmoralizado, convencido de que su genial idea no podría realizarse. Mientras bajaba en el ascensor se dijo a sí mismo que era un idiota, un iluso por querer creer que Santa Claus existe, un romántico de la Navidad pasado de moda. No le importaba lo que los demás pensaran de su loca idea, pero se sentía muy abatido por lo que implicaba haber fracasado, ya que, más allá de no haber encontrado una dirección, confirmaba que, como cualquier adulto sabía, Santa Claus era sólo un personaje de ficción. También él lo sabía, pero esa mañana había vuelto a creer en él, a sentir esa emoción tan especial que, como le sucedió cuando era niño, y les ocurre a casi todos los niños, no quería que le abandonara nunca. Salió del ascensor completamente hundido, ensimismado en su desilusión, sin percatarse de los espectaculares adornos navideños. Aun así, al pasar por el mostrador de la entrada, escuchó como Anneke, la recepcionista, le reclamaba: - “¡Meneer Van Dijk! ¡Meener Van Dijk!”. - “Dígame, Anneke”, respondió él, más por respeto que por interés, con la cortesía que le caracterizaba con todos sus empleados. - “¿Qué hacemos con estas cartas?”, preguntó la mujer mientras le enseñaba un puñado de cinco sobres. “Las han traído unos niños diciendo que son para Santa Claus”. - “¿Tu crees en la Navidad, Anneke? ¿Crees en Santa?”, preguntó Willem mientras cogía las cartas. La chica se quedó callada, sin saber qué decir. Van Dijk continuó: - “Cuesta creer, ¿verdad? Pero estos niños sí creen, y no podemos fallarles. Sin embargo, llevamos todo el día buscando la dirección de Santa Claus y no ha habido manera de encontrarla”. A Anneke le sorprendió esta confesión, pero sintió una emoción intensa que hacía tiempo había olvidado. - “Bueno, en esas cartas hay escrita una dirección”, dijo muy convencida de que podría ser una pista. Willem revisó los sobres; y era cierto, había una dirección; y en todos los sobres, ¡la misma! Al instante, se llenó de adrenalina y, preso de su agitación, bombardeó a la chica con sucesivas preguntas que no le daba tiempo a contestar. - “¿Quién ha traído esto? ¿Ha sido el mismo niño, o han sido varios? ¿Venían juntos? ¿Quiénes eran? ¿Cuándo ha sido? ¿No serán los hijos de alguno de los directivos? ¿Cómo es posible que no hayamos sido capaces de encontrar esa dirección y unos niños la tengan? ¿Dime, Anneke?”. - “Puede que sea el secreto de la Navidad”, resumió Anneke. Emocionado, se llevó las cartas y, ya en su casa, sin ni siquiera quitarse el abrigo, escribió a Papá Noel. Le explicó la situación y, sin más rodeos, le propuso que fuera él quien atendiera a los niños en el edificio principal; y, si además pudiera ser, que sus ayudantes lo hicieran en las sucursales. Después, dándose mucha prisa, fue personalmente a la oficina central de correos y envió la carta a la dirección que había copiado de los sobres de los niños, que también echó. Satisfecho, regresó a su casa y, quizá por la tensión que había acumulado durante todo el día, enseguida se metió en la cama y, con una gran sonrisa que ya no le abandonaba, muy pronto se durmió. A la mañana siguiente, llegó pronto a su despacho y encontró sobre la mesa un sobre de color rojo adornado con un árbol de Navidad. Al verlo, se sobresaltó, y aunque pensó que todavía era muy pronto para que Santa Claus le hubiera respondido, estaba tan emocionado y tan impaciente que, sin esperar más, abrió el sobre y… ¡Oh! Querido Willem: Hohohoho!!! Gracias por creer en mí. Sé que siempre lo has hecho, qué crees en el espíritu de la Navidad y lo practicas durante todo el año con tu generosidad y el amor por los demás, tratando a todos los que te rodean con respeto y poniendo de tu parte para que se sientan personas valoradas y dignas. La magia de la Navidad es esa, y hay que aprovecharla para recargar las pilas de energía positiva y ser mejores personas. Respecto a tu proposición, te estoy muy agradecido y sería un honor atender a los niños directamente, pero como puedes imaginar, en estos días el trabajo se me multiplica y no tengo más remedio que delegar. En tu caso, te propongo que seas tú mismo quien me sustituya, y que en las sucursales pongas a tus mejores directivos. Será una gran experiencia, pero también una enorme responsabilidad. Aprovecha para escuchar a los niños y aprender de esa ilusión que te transmitirán. Ponte en su lugar, deja que te sientan cerca, y usa tu influencia para que valoren lo que tienen. Te encargo esta misión porque me preocupa ver cómo se cultiva el egoísmo de los niños dándoles todos los caprichos, sin enseñarles a compartir y pensar en los demás. Piensa en cómo lo harás, pero, sobre todo, entrégate sin reservas, haz de esta tarea algo verdaderamente especial, porque no hay nada más grande que hacer felices a quienes te acompañan. Un fuerte abrazo, hohohoho!!! Santa Claus Se quedó de piedra. Preguntó quién había traído la carta y nadie lo supo. Tampoco sabía nadie que él había escrito a Santa Claus, así que… En fin, decidió no darle más vueltas y pasar a la acción. Llamó a sus cinco directivos principales y les explicó el plan. Creyeron que era una broma, pero enseguida vieron que iba muy en serio. Era evidente -así pensaron- que estaba loco de remate, pero cualquiera se lo decía. Ese mismo día se retiraron a una casa rural para prepararlo todo. Allí, durante tres días, ensayaron sin descanso mediante role-playings que dirigió un afamado especialista, y a la semana siguiente, con el traje rojo, gorro incluido, y la larga barba blanca, ya estaban sentados a la puerta de sus grandes almacenes atendiendo a cientos de niños ilusionados que esperaban en interminables colas. Muchos más que cualquier otro año. Los trabajadores de los almacenes no sabían que eran ellos, pero se percataron de que algo -para bien- había cambiado, y los niños estaban encantados. Para los “Santa Claus”, el trabajo era agotador, con largas jornadas sin interrupción y apenas unos minutos para lo más básico; pero fue una experiencia muy gratificante que impactó a todos. Cuando llegó el día de Nochebuena y los almacenes cerraron, todos coincidieron en que hacer de Santa Claus había sido algo verdaderamente extraordinario. Meses más tarde, en una encuesta de clima laboral entre los empleados, sorprendió la calificación tan alta que los encuestados dieron a los cinco directores que, sin saberlo ellos, habían sustituido a Santa Claus. Muchos fueron los que destacaron su capacidad de escuchar, de comunicarse con educación y respeto, de preocuparse por las situaciones personales de los trabajadores, de crear un clima agradable en el que estos se sentían valorados y de fomentar el trabajo en equipo frente al individualismo que predominaba antes. ¿Milagro? Willem escribió a Santa Claus para darle las gracias. Santa estaba de vacaciones y tardó en responderle, pero finalmente, llegó la carta: Querido Willem: Me alegro mucho de que todo haya salido bien, pero en realidad yo no he hecho nada. Habéis sido tú y tus directivos los que habéis tenido la humildad de sentaros a la puerta de los almacenes para aprovechar el espíritu de la Navidad. Espero que ese espíritu mágico siga estando presente durante todo el año. Por cierto, creo que necesito reciclarme un poco. ¿Podrías reservarme unos días, la próxima Navidad, para atender a los niños en una de tus tiendas? Hohohoho!!! En una ciudad de Holanda se dice que hay unos grandes almacenes en los que el Papá Noel que está en la puerta es el verdadero Santa Claus. Y aunque suele coincidir con viajes a paraderos desconocidos de Willem Van Dijk y algunos de sus directivos, nadie lo ha relacionado. Prettige Kerstdagen (Feliz Navidad) José María Buceta, psicólogo deportivo (http://chemabuceta.blogspot.com.es/)
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