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José María Buceta, psicólogo deportivo

21/09/2021

¿Rival invisible?

¿Rival invisible? El 12 de septiembre Novak Djokovic se enfrentaba a uno de los momentos más importantes de su carrera deportiva: una final del US Open en la que, si ganaba, se convertiría en el jugador con más títulos de Grand Slam de la historia, superando a Roger Federer y Rafa Nadal. Además, por si fuera poco, conseguiría los cuatro Grand Slam en un mismo año.

Conseguir Wimbledon, Roland Garros, Australia y US Open solo lo ha logrado en la era open el mítico Rod Laver ¡en 1969! 

Djokovic ha ganado este prestigioso torneo en tres ocasiones y en la actualidad es el indiscutible número uno del mundo, por lo que, a pesar de jugar frente a Medvedev, el número dos, partía como claro favorito. Era su gran idea, y todo apuntaba a que no podía fallar ante un rival de nivel muy alto pero inferior a él. Para el gran campeón, jugar y tener que ganar la final de un Grand Slam no era una situación nueva, sino un hábitat en el que no se dudaba que se sentiría como “pez en el agua”. La fiesta estaba servida. 

Sin embargo, no se tuvo en cuenta que, acentuada por la expectativa de “éxito seguro” que le rodeaba, existía una trascendencia añadida que, como así fue, podía ocasionar una ansiedad elevada que influyera negativamente en el rendimiento del excelente tenista. Un rival ¿invisible? con el que no se contaba. Los grandes campeones suelen controlar la presión que conllevan el deseo y la “obligación” de ganar; en muchos casos, incluso, la transforman en un ingrediente motivante que estimula su ambición y deseo de victoria, pero no por eso son invulnerables a los efectos adversos de una presión incontrolada que, aunque excepcionalmente, puede presentarse en situaciones de trascendencia especial.

Como en este caso, estas situaciones suelen añadir a su trascendencia per se (por ejemplo, ganar la final de un Grand Slam), ya de por si elevada, elementos excepcionales (ser el mejor de la historia…) y una expectativa de incuestionable éxito alimentada por los medios de comunicación, las redes sociales, el entorno del deportista y hasta el propio interesado. Esta expectativa propicia que se respire un clima de euforia que da por hecho el triunfo, provocando que el objetivo de ganar, en lugar de ser un reto motivante, se convierta en una obligación muy amenazante que, de manera más o menos consciente, provoca el temor a perder algo muy importante que se presumía ganado y, como consecuencia, un bajo rendimiento. 

Lo hemos visto más de una vez. Por ejemplo, le pasó al Real Madrid en su centenario cuando jugando en casa la final de la Copa del Rey, siendo indiscutible favorito, perdió con el Deportivo, o a la selección de Brasil en los mundiales jugados en su país, o a varios grandes campeones, incluido el propio Djokovic, que han pinchado en los Juegos Olímpicos. Se trata de deportistas de indiscutible éxito que se han enfrentado a múltiples situaciones muy estresantes y las han dominado, pero a los que, en una situación concreta de estrés añadido, la presión les ha superado, sobre todo cuando, iniciada la competición, las cosas no salen como se esperaba. El domingo vimos un claro ejemplo. 

El rival, libre de esa presión, estaba jugando muy bien, y lo que parecía tan claro que sucedería empezó a torcerse. La ansiedad aumentó, y Djokovic comenzó a cometer errores graves y a mostrar las inseguridades, desesperación e impotencia que, sin poder combatirlas y superarlas, le acompañaron durante todo el partido en su viaje a la derrota. El gran campeón había caído. Fue derrotado por un gran rival, pero también por él mismo. Durante todo el partido, Medvedev mostró que controlaba sus emociones incluso después de cometer varias dobles faltas. Se le vio centrado en su juego, sin dejarse influir por el impacto de sus aciertos y sus errores. Djokovic, sin embargo, sufrió el calvario de sus emociones incontroladas. Por ser quien es, se esperaba que reaccionara, pero esta vez no pudo vencer a su principal adversario: él mismo, su ¿rival invisible?

El deporte es así. Ningún resultado es seguro hasta que no se consigue. Y obviamente, no siempre que un favorito pierde es por razones de este tipo. Existen otras: mala forma física, lesiones, condiciones climatológicas, la actuación del rival, etc. Pero en bastantes casos de trascendencia muy especial, como aquí ha ocurrido, son las emociones adversas incontroladas las que tienen el peso más decisivo. Este problema se puede prevenir y aliviar cuando los deportistas trabajan con un psicólogo del deporte experimentado que sea capaz de anticipar el problema y ayude al deportista a reflexionar sobre la situación, aislarse de la euforia del entorno, centrarse en su cometido y prepararse para controlar las emociones perjudiciales que podrían aparecer antes y durante el partido.

Y los demás mortales… No somos Djokovic, pero a veces, también se apodera de nosotros ese “rival invisible” (que hay que visibilizar) y tenemos que controlar nuestras emociones si queremos rendir a alto nivel en cualquier cosa que hagamos.

José María Buceta, psicólogo deportivo (http://chemabuceta.blogspot.com.es/)

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