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Antonio Rivero, profesor de la Universidad Politécnica de Madrid

04/04/2023

Ramón y Cajal: ciencia y deporte

Ramón y Cajal: ciencia  y deporte Santiago Ramón y Cajal (Petilla de Aragón, 1852- Madrid, 1934), Premio Nobel de Medicina en 1906, considerado como el padre de la “neurociencia” por sus investigaciones y descubrimientos sobre el sistema nervioso humano, también opinó desde su saber cómo científico y humanista sobre la actividad física en general y la competición deportiva.

Si las reservas de los médicos sobre los deportes atléticos como alternativa a la gimnasia tradicional fueron algo común hasta los años treinta, el  mismo Santiago Ramón y Cajal advirtió sobre diversos  efectos negativos que la práctica descontrolada del deporte de competición podía causar en organismos no preparados para determinados esfuerzos.

Ramón y Cajal, además de investigador, fue un respetado humanista y pensador que, desde sus tiempos de joven capitán médico de campaña en la Guerra de Cuba hasta su senectud, analizó y opinó sobre la sociedad española, las modas y los nuevos procesos de modernización que iban anunciando una nueva época. El deporte era uno de  ellos.
En su obra autobiográfica, titulada “El mundo visto a los ochenta años” Cajal escribía:

“Importa notar que el corazón se fatiga y las venas se dilatan en los ejercicios violentos. Todo recordman o deportista, como no le asista una complexión excepcional, se condena, cual los gimnastas de feria, a vejez prematura. Y lo peor es el arrollador estímulo causado por los triunfadores sobre débiles e insuficientes. Los deportes físicos no deben encaminarse a producir ases de pujanza excepcional, sino a elevar prudentemente la robustez del promedio de la raza, vivero de soldados y de luchadores en las contiendas pacíficas”.

Por otra parte, Cajal era muy partidario de los juegos populares españoles y criticaba, en cambio, el snobismo de aceptar todo lo extranjero como mejor que lo nacional. Tildaba al deporte espectáculo de “exageración” y se presentaba como irreconciliable enemigo del profesionalismo deportivo de su época: 

“Salvo en la región vasca y algunas aldeas navarras, castellanas y aragonesas, –escribía– se ha abandonado casi por completo el noble juego de pelota a mano, de abolengo griego, el de los bolos solaz de los asturianos, el de la barra viril clásico juego aragonés, y otros muchos deportes higiénicos, delicia del mocerío y rapazuelos de hace cincuenta años. En desquite se han desarrollado monstruosamente, con esa furia inconsciente, con que el español acoge todas las frivolidades extranjeras, los innumerables ejercicios ingleses. De esta intrusión forastera sufren hasta nuestras inveteradas y no muy humanitarias corridas de toros. No obstante contar éstas con su clientela especial. A la que me ufano de no haber figurado nunca...

No es que yo censure –ello sería necio y estéril– la gimnasia al aire libre y la práctica de algunos juegos ingleses, de palmaria eficacia educadora. Usados con prudencia y mesura durante la adolescencia y juventud, robustecen el sistema muscular, agudizan la vista, dan aplomo y serenidad ante el peligro y, en fin, desarrollan el espíritu de cooperación, solidaridad y compañerismo. Lo que fustigo es la frenética exageración. Y deploro la idolatría del público hacia ciertos campeones afortunados, consagrándoles como héroes sin reparar en que no se contentan con sencillas coronas de laurel u otras distinciones honoríficas, sino con los opulentos honorarios del profesionalismo. Y el mal ejemplo cunde. Todos aspiran a ser profesionales bien remunerados”.

Como podemos observar nuestro premio Nobel en medicina coincidía en sus opiniones con otros intelectuales y pensadores de su tiempo como Unamuno y Ortega y Gasset, a los que ya dedicamos sendos artículos anteriormente.

Santiago Ramón y Cajal dejó claramente reflejadas sus opiniones sobre un deporte, cuando este pasaba de ser un ejercicio saludable y una práctica educativa a un esfuerzo físico no siempre bien concebido por sus practicantes que,  a veces,  no reunían unas capacidades fisiológicas adecuadas para los grandes esfuerzos que el deporte de competición exigía.

Tampoco entendía la  actitud de algunos  aficionados –denominados hinchas- que mostraban una exaltación desmedida, de casi adoración por sus ídolos deportivos.

Científico reconocido mundialmente , nombrado senador vitalicio del Reino de España por sus innumerables méritos,  murió en Madrid el 17 de octubre 1934 justo en la antesala de los acontecimientos que nos llevarían, poco después, a la Guerra Civil, ahorrándose así el dolor que este desastre humano e histórico habría  causado en  quien tanto dio por su país.

Antonio Rivero, profesor de la Universidad Politécnica de Madrid

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